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[CORRESPONDENCIA] Carta para Toshiro Yamagami

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[CORRESPONDENCIA] Carta para Toshiro Yamagami
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Haikei, Toshiro, mi bienamado marido:

Tras un invierno apacible, los cerezos en flor muestran sus gloriosos pétalos como delicadas nubes rosadas contra los árboles verdes de la ladera. Esta estación me recuerda al día invernal en el que los Hashimoto te apartaron de nuestro lado; en lugar de caer pétalos, caían copos de nieve.

A pesar de estar tan cerca, solo podemos visitarte cuando nuestros «amos» lo ven oportuno. Espero que valoren tu trabajo lo suficiente como para volver a estar juntos pronto. A nuestra hija le ha gustado tu regalo, aunque espero que las hojas que forjas para los Hashimoto no sean tan afiladas, sino todo lo contrario: que tu trabajo se ajuste a su mezquindad.

La forja de las hojas Yamagami permanece cerrada a cal y canto y, desde la última vez que te vimos en otoño, nos hemos mudado al piso de arriba. Nos ayuda a sentirte cerca en muchos sentidos; en otros, tu ausencia se nota más profundamente. En este lugar nos falta el martilleo musical del tamahagane al rojo vivo, la canción del acero. También echamos de menos tu voz cuando le cantabas a la espada mientras la cubrías con el yakibatsuchi, así como el crepitar del fuego cuando la hoja se hundía en la forja y el siseo al enfriarse en el agua. En ocasiones creo oírte, mas siempre resulta ser el viento.

No pretendo divagar pues, al igual que tras el invierno llega la primavera, te escribo esta carta de alivio: una brisa cálida cargada de pétalos. Quizá nos dé un poco de paz a ambos, incluso mientras empuño mi acero para evitar que la paz que tenemos aquí se desvanezca por completo.

No obstante, hay muchas cosas que no han cambiado en estos ocho años desde tu último viaje a casa. Seguro que te alegrará saber que Ichiko se niega a cambiar la receta familiar del Gozan Ramen y que el aceite de ajo negro sigue igual de exquisito que siempre. Hoy había un montón de gente, ya que muchos han venido para disfrutar de los cerezos en flor. El perro de Yui, Mochi, ya está mayor, pero sigue despertando simpatías en el poste de la escuela de alfarería. La mayoría de nuestros lugares preferidos se mantiene gracias a los turistas que vienen a deleitarse con pueblos antiguos y pintorescos como el nuestro. Se dedican a comer helado en el «cat café» y a gastar dinero en las recreativas o en el nuevo centro comercial que aún no has visto. Después, satisfechos con los recuerdos que han comprado, estos visitantes diurnos regresan a la estación antes del anochecer, cuando las linternas se iluminan con vida. Es entonces cuando los Hashimoto llaman a las puertas de las tiendas cerradas para reclamar su «parte» de lo ganado con el trabajo de otros, y lo invierten en sí mismos en el bar Tora no Sumika, «La guarida del tigre».

El castillo Shimada sigue en su ubicación privilegiada y vigila nuestra ciudad como un leal templo de piedra a la espera de una deidad benevolente. Ya que ambos forjamos y empuñamos espadas, sabemos que a pesar de que el castillo fuera de piedra resistente, los Shimada no eran dioses: eran personas y criminales. Sin embargo, comprendían que el honor y la lealtad forman el vínculo más fuerte entre el gobernante y el súbdito.

Últimamente, los Shimada han ocupado mi mente en los ratos libres. Pedían mucho a sus seguidores, pero eran capaces de servir de inspiración para que cumpliéramos nuestra parte. A cambio, nos lideraron con integridad y nos trataron con respeto. Como bien sabes, mi madre y mi abuela tuvieron el honor de cuidar el santuario del zorro, lejos del bullicio del pueblo. No obstante, cuando resultó evidente que mi alma anhelaba la espada y quedó patente mi dominio del kenjutsu, los Shimada me eligieron de entre todos para que fuese su maestra de espadas. Eran conscientes de que Kanezaka no solo era la cumbre de su poder: era su hogar... y el nuestro.

Ahora, donde los Shimada daban, los Hashimoto arrebatan. Al fin y al cabo, cuando se tienen muchos hogares en realidad no se tiene ninguno, y el clan Hashimoto tiene influencia en casi todas las ciudades de esta nación. No somos nada fuera de lo común para ellos; algún día nos absorberán por completo y seguirán adelante, dejándonos vacíos y en la pobreza. Incluso ahora, unos doce años después, veo las secuelas que han dejado en nuestra ciudad.

Aunque el casco antiguo de Kanezaka parece que no ha cambiado, me temo que sí ha sufrido las consecuencias del cruel yugo de los Hashimoto. Ahora las vistas de nuestra acogedora montaña quedan empañadas por la pompa y arrogancia de los rascacielos y el neón; ya no queda nada de la agradable calidez de la madera, el viento y la piedra de antaño.

Al igual que la propia Kanezaka, me veo dividida entre las antiguas costumbres de la montaña y los Shimada y la nueva visión brusca y penosa de la ciudad y los Hashimoto. Ambos sabemos que los Hashimoto te tienen bajo su «cuidado» no solo por tus habilidades, sino también para controlarme y para garantizar que no vacilo ante la obligación de mantener la paz en la ciudad y entre estas personas a las que tanto respeto. Obedeceré a nuestros amos, porque cualquier otra acción te pondría a ti y a nuestros amigos en peligro.

Tenía la esperanza de que los Hashimoto se relajaran con el paso del tiempo. Que se dieran cuenta de que somos gente honrada a la que no hace falta oprimir.

Ni el perro más fiel recibiría tal paliza sin morder, y los habitantes de Kanezaka tienen un gran corazón. Nos están machacando. Las exigencias a la población van en aumento, al igual que las malas caras de la gente. Los pagos atrasados sufren castigos más severos. Además, ahora alguien le ha dado a los Hashimoto más motivos para entrar en cólera.

En los últimos meses, han desaparecido los envíos de contrabando de los Hashimoto. Sus hombres han recibido palizas brutales o sufrido robos cuando regresaban de sus patrullas. Lo más llamativo de todo es que han aparecido mensajes pintados con colores brillantes y conspicuos, aunque se eliminan con rapidez.

Los temerarios responsables no tienen miramientos al buscar in-nen o provocaciones hacia los Hashimoto, y estos actos tienen la acogida que cabría esperar. Estos justicieros creen que se están rebelando con contundencia frente a la oleada de violencia. En lugar de eso, atacan rápido y se ocultan en un abrir y cerrar de ojos mientras las buenas gentes de Kanezaka sufren las consecuencias. Por eso, mi trabajo, que es mantener bajo control a nuestra gente y amigos, es más delicado e importante cada día. Hay momentos en los que apenas doy crédito al mundo en el que vivo: tú te ves obligado a forjar obras de arte para cerdos indignos; yo, que entrené a los vástagos de Sojiro Shimada, me veo obligada a volver mi acero de maestra de espadas contra los míos. Mientras, los niños de esta ciudad crecen bajo los brutales e irreflexivos preceptos de los Hashimoto como única guía para diferenciar el bien del mal..., y nuestra hija está entre ellos. Ahora esta ciudad es peligrosa.

Hoy pasearé por Kanezaka no solo para imaginarte a mi lado o para saludar a nuestros vecinos, voy a llevar una ofrenda al santuario Tetsuzan de mis antepasados: un cuenco decorado con yuyaku turquesa brillante de la escuela de alfarería que contiene un poco de dashi de Ichiko. Nuestro vecino ha añadido una bola de arroz. Kenta ha aportado un mochi, un pastel de arroz de judías rojas, que es el preferido de nuestra hija. A todo esto le he añadido un generoso chorro de sake. Confieso que no he podido evitar servirme una taza pequeña.

Al espíritu del zorro le voy a pedir fuerza para continuar esta lucha, y también sabiduría para mí y para todos nosotros. Después, tras la puesta de sol, tomaré la espada que me diste hace tanto tiempo en nuestra yuino y patrullaré las calles de este lugar que tanto quiero y que tanto me entristece. Daré con estos autoproclamados «guardianes»; si no cejan en sus empeños, podrían ser la chispa de un fuego desafortunado y mortal que nos consumirá a todos.

Espero que nos mantengamos igual que nuestras espadas: fuertes y afiladas. Obedece a los Hashimoto, porque yo también debo hacerlo, y que desde fuera vean respeto aunque en el fondo de tu corazón no puedas dárselo de verdad.

Voy a terminar con la nota de alivio que te prometí y te diré lo mismo que me dirías si estuvieses aquí: «el kitsune es capaz de cambiar tu suerte con el movimiento de una de sus colas». Ojalá agite las nueve al unísono para que nos envíe la buena fortuna que tanto necesitamos.

Kashiko,

Asa

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